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Responsabilidad afectiva: ¿qué es y cómo trabajarla?

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Cuando hablamos de responsabilidad afectiva nos referimos a un tipo de comportamiento en las relaciones interpersonales, especialmente en las afectivas, en el que se busca la proporción entre el respeto, el equilibrio y el cuidado mutuo a través del uso de herramientas que refuercen los vínculos afectivos sanos y eviten sentimientos tóxicos.

En este sentido, la responsabilidad afectiva consiste en hacernos cargo de nuestros actos, nuestros sentimientos y el impacto que generan en los demás. También hace referencia a la importancia de tener consideración hacia los sentimientos del otro y tratar de comprender la naturaleza de sus actos. Todo esto puede derivar en el cuidado y respeto mutuo a través de la comunicación y la empatía que fundamentaría una relación íntima sana y honesta.

Consejos para trabajar la responsabilidad afectiva

Al tratarse de un tipo de comportamiento y no de un rasgo de la personalidad, puede aprenderse, trabajarse y desarrollarse. Para ello es importante manejar nuestra inteligencia emocional y empatizar con las emociones de la otra persona a través de nuestras acciones y actitudes.

En primer lugar, es importante establecer una comunicación sincera y honesta, practicando el cuidado mutuo y la búsqueda de armonía. Debemos generar la comunicación bidireccional, sin engaños, para evitar toxicidades en la relación.

En segundo lugar, debemos evitar los sufrimientos innecesarios. En toda la relación los sentimientos van cambiando y pueden aumentar y disminuir a medida que avanza el tiempo. Por eso, cuando este ocurre de forma considerable, es importante compartirlo con la otra persona para evitar confusiones y hacer un daño mayor.

En tercer lugar, y de cara a cultivar una relación sana y honesta, es muy beneficioso establecer límites que debemos respetar y no rebasar bajo ningún concepto.

En cuarto lugar, debemos validar de forma recíproca los sentimientos del otro, ya que ninguno es más importante que el otro. Esto puede ayudar a encontrar un equilibrio que garantice una relación sana.

Por último, y no menos importante, debemos asumir los conflictos y evitar el exceso de racionalización. En una relación no todo es felicidad lo que pone en relevancia la necesidad de asumir los conflictos de manera adulta, sin huir de ellos, pero sin situarnos en una posición defensiva ante los problemas.

Para ello no debemos ser excesivamente racionales y querer tener todo bajo control. Lo ideal es encontrar un punto de equilibrio entre la emoción y el razonamiento para impedir que nuestras relaciones sean excesivamente automáticas.

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