La hipertensión pulmonar se trata de una dolencia que se produce cuando la presión arterial en las vías pulmonares es alta y se localiza en el lado derecho del corazón. En este momento, la presión sanguínea en esta zona se eleva por encima de los niveles normales haciendo que los vasos sanguíneos de los pulmones se estrechen, bloqueen o destruyan.
El aumento provoca que se ralentice el flujo sanguíneo a través de los pulmones haciendo que el corazón se vea sometido a un esfuerzo mayor para bombear la sangre. Todo esto provoca que el ventrículo derecho del corazón aumente de tamaño y que el músculo cardíaco se debilite y falle.
Esta enfermedad puede empeorar y suponer distintos riesgos, por lo que es importante diagnosticarla y tratarla para ayudar a reducir sus síntomas y mejorar la calidad de vida de quienes lo padecen.
Causas y factores de riesgo de la hipertensión pulmonar
Existen diversas causas que pueden provocar su aparición. El corazón tiene dos cavidades superiores y dos inferiores (aurículas y ventrículos, respectivamente). Cada vez que la sangre pasa por el corazón, el ventrículo derecho bombea ésta a los pulmones a través de las arterias pulmonares. Una vez en el pulmón, la sangre libera el dióxido de carbono y toma el oxígeno. De esta forma, la sangre fluye a través de los vasos sanguíneos en los pulmones hacia la parte izquierda del corazón.
Sin embargo, los cambios en las células que recubren las arterias pulmonares pueden hacer que las paredes de las arterias se vuelvan más rígidas y gruesas. Esto provoca que el flujo sanguíneo sea más lento provocando hipertensión pulmonar.
Además, en función de la causa concreta, existen cinco grupos: Hipertensión arterial pulmonar (HAP), HAP causada por enfermedad cardíaca del lado izquierdo, HAP causada por enfermedad pulmonar, HAP causada por coágulos sanguíneos crónicos y HAP desencadenada por otras afecciones médicas.
En cuanto a los factores de riesgo podemos encontrar de diversa índole. En primer lugar, la edad puede influir, siendo propensa la población entre 30 y 60 años. Además, el sobrepeso, los antecedentes familiares, trastornos de coagulación en sangre, enfermedades cardíacas o consumo de ciertos fármacos.
Síntomas, diagnóstico y tratamiento
Los síntomas que alertan de la hipertensión pulmonar se van desarrollando lentamente y pueden pasar meses o años hasta que se manifiestan. En este sentido, van empeorando progresivamente en función de la gravedad de la enfermedad. Entre los signos más conocidos se puede producir dificultad respiratoria, síncopes, dolor torácico, presión o dolor de pecho, fatiga o color azulado en labios y piel.
El diagnóstico a veces se ralentiza porque necesita de pruebas concretas y no se puede detectar en un examen físico rutinario. Para ello, se deben realizar pruebas de imagen y sangre que ayuden a comprobar los signos de la misma.
La hipertensión pulmonar puede detectarse a través de un ecocardiograma que muestre el aumento de presión, una radiografía de tórax y un electrocardiograma. Si se comprueba su presencia, es importante realizar un cateterismo cardíaco derecho para determinar la gravedad de la misma.
Además, en muchas ocasiones, se requieren otras pruebas como un TAC torácico o un angioTAC, analíticas en profundidad, resonancias magnéticas, etc.
En cuanto al tratamiento adecuado depende de la causa que provoque la hipertensión y de la gravedad de la enfermedad. La mayoría de ellos se administran por vía oral, aunque en casos más graves es necesario recurrir a tratamientos mediante infusión continua subcutánea o endovenosa.